una viejita sin compañero, un niño sin abuelo, una bebe sin bisabuelo, un escritorio sin su escritor, un periódico sin leer.
Un hijo sin su padre, y eso es lo más duro de superar...
fue una tarde, una de esas tardes donde el sol se pone de manera normal, donde los niños juegan en el parque sin preocuparse por lo que pase a su alrededor, donde las horas pasan de lo más normal, donde el viento corre con su ritmo de siempre.
Salió de trabajar sin saber que sería su último día, su travesía por el zócalo de la ciudad, su último saludo a la señora de la esquina que vende pan, su último respiro de aire puro, su último instante de libertad, su ultimo adiós al niño que todos los días le decía: feliz noche señor.
Así atravesó la plaza sin imaginarse que a la vuelta de la esquina en la entrada de su casa, en una camioneta negra con vidrios polarizados esperaban por él, sin ninguna clase de compasión, sin ningún tono de amor, sin una palabra de cariño, fue robado de su propia libertad.
Esa noche no llegó a su casa, no hubo quien dijera: -ya llegué Juana, ¿cómo te fue?, no hubo quien se sentara en la mesa y tomara el café que por tantos años lo había esperado después de una larga jornada, no hubo quien visitara ese jardín y conversara con ellas, sus más íntimas amigas, las que no le reclamaban nada, las mejores para escuchar, esa noche no hubo más que un silencio, un silencio de muerte...
continuará...
